El desfile parecía interminable, amistades que la distancia y el tiempo habían separado momentaneamente se reunían de nuevo gracias a ellos y desfilaban uno a a uno hasta encontrarla. Su rostro calmo apaciguaba a aquellos que se sentían abatidos; ella el recinto de historias, la fortaleza de secretos y magia ahora tan presentes y mañana tan eternos como siempre y quien permitió la continuación del inicio... Aquel fue el momento en que de forma palpable sintió la inmensidad de su obra muchas veces pasada por alto por los extraños, y sin embargo hacia el final de los días de su ahora difunto esposo, con un beso débil como la delicada caricia del viento que empuja la marea hacia todos los rincones del planeta, él -como ya lo había hecho tantas veces- le dio las gracias por haber sido la verdadera artífice de todo, por ser la piedra angular de quien hubiera perecido ante la soledad de no ser porque ella lo encontró y le permitió volar con su imaginación llena de amarillo. Fue así como en el ocaso de una vida, pudo vislumbrar la eternidad de su obra escrita día a día, con paciencia durante más de medio siglo: Él con tinta y magia y Ella con la realidad. Por ello, cuando el mar de gente comenzaba a menguar, supo que la condición de la muerte no alcanzaba allá, donde la memoria del mundo abraza la inmortalidad y los reunirá siempre bajo un singular realismo -mágico.