22 abril, 2014

La escritora



El desfile parecía interminable, amistades que la distancia y el tiempo habían separado momentaneamente se reunían de nuevo gracias a ellos y desfilaban uno a a uno hasta encontrarla. Su rostro calmo apaciguaba a aquellos que se sentían abatidos; ella el recinto de historias, la fortaleza de secretos y magia ahora tan presentes y mañana tan eternos como siempre y quien permitió la continuación del inicio... Aquel fue el momento en que de forma palpable sintió la inmensidad de su obra muchas veces pasada por alto por los extraños, y sin embargo hacia el final de los días de su ahora difunto esposo, con un beso débil como la delicada caricia del viento que empuja la marea hacia todos los rincones del planeta, él -como ya lo había hecho tantas veces- le dio las gracias por haber sido la verdadera artífice de todo, por ser la piedra angular de quien hubiera perecido ante la soledad de no ser porque ella lo encontró y le permitió volar con su imaginación llena de amarillo. Fue así como en el ocaso de una vida, pudo vislumbrar la eternidad de su obra escrita día a día, con paciencia durante más de medio siglo: Él con tinta y magia y Ella con la realidad. Por ello, cuando el mar de gente comenzaba a menguar, supo que la condición de la muerte no alcanzaba allá, donde la memoria del mundo abraza la inmortalidad y los reunirá siempre bajo un singular realismo -mágico.

02 abril, 2014

Historia del tiempo y el espacio.



A ella le disgustaba la música de Dylan y a mi me disgustaba que no le gustara. En el transcurso de las horas que pasabamos juntos el universo se expandía como pueba de que teníamos algo de infinitos. Eramos dos desconocidos que no usaban la palabra amor porque no sabíamos lo que aquello era, simplemente nuestra piel absorbía el aroma y la sal del otro para hallarnos menos solos quizá; pero también descubríamos la presencia de ambos aún en su ausencia. Ella y su pelo que no paraba de bailar y yo con mi barba que le encontraba cosquillas nuevas. Los pensamientos distintos nunca se apaciguaron, su futuro y mi pasado, era como si el presente fuera nuestra verdadera tregua. Nunca aprendimos a ser otros, solo aquellos que la libertad nos permitía ser, y aún cuando nunca supimos ver la gravedad que nos hacía bailar alrededor del otro hasta que nos separamos, a menudo su luz me alcanza a millones de años luz como un fantasma que sigue ahí para recordarme que a ella no le gustaba la música de Dylan, pero le apasionaba el tiempo encapsulado en una canción y el cosmos que se escondía en el iris de mi ojo.