25 junio, 2015

Ideario


El por qué de las cosas, de la vida y de las horas; ya saben, preguntas normales que en algún momento se formulan todos los seres humanos. En esos ámbitos existenciales me encontraba mientras mi gata hurgaba entre mis regazos buscando una especie de nido. La necesidad de acudir al baño a orinar hizo que todos aquellos pensamientos se comenzaran a diluir junto al humo de mi cigarrillo. Conforme caminaba hacia el cuarto de baño, dejé de sentir el peso de mi cuerpo, como si fuera otra persona. No era yo y sin embargo, ¿quién más podía ser? Mis pensamientos existenciales resurgieron y fueron ellos quienes me hicieron dudar de aquel presente, habían tomado una cierta forma corpórea que era ajena al resto de mi cuerpo. Era evidente que estaba caminando aunque mi cuerpo estuviera enajenado de mi mente, pero el absurdo se iba abriendo paso delante de mis ojos; el baño dejó de ser una necesidad al cual acudir, ya no sentía ganas de nada y sólo escuchaba -de alguna manera- a mi gata caminar por la humedad que se encontraba a mis pies, o a los pies de aquella que creía era yo. No sentía nada, ni la muerte de mi madre hacía unas horas antes, ni el hecho que me hubiesen despedido de mi trabajo, nada parecía acoplarse a aquel presente más que las ideas sobre mi propia mortalidad y el sentimentalismo absurdo de encontrarle explicación a las cosas que me sucedían; y sin embargo continuaba arrastrándome hacia ese mundo invisible que se reflejaba en mi cabeza. Me debía a otra cosa, a algo que sabía no me daría respuestas y que sin embargo me producía una sed angustiante de preguntas. Estaba convencida que estaba sonriendo mientras observaba como el cigarrillo había comenzado a propagar el fuego por la alfombra cuando mi vista fue acercándose a la puerta que permanecía abierta, salí de mi casa animada por liberarme de una vida esperando no ser consumida por la aflicción de las preguntas en mi cabeza. Nunca más volví a escuchar noticias sobre aquella que fui.

18 mayo, 2015

La furia del instante


Se escribe con furia atronadora, con el fuego que cocina lo que en el corazón se ha quedado, las experiencias atrapadas en una recámara que ahora se quema y libera los pasados. The trill is gone cantaba B.B. King y no se equivocaba al sentenciar la naturaleza de todo. Se vocifera a los dioses a través de un constante hilar de palabras que agudizan la estela de sentimientos. El artista no se detiene, encuentra su humanidad cuando más la busca en un afán sediento de delirio, es un heroe trágico, es el tipo que trabaja en la soledad que otros desdeñan. Puede vérsele una impávida mirada mientras se encuentra en los infiernos en los que a menudo navega. Es la renuncia de todo para entregarse por completo. La imaginación y memoria constituyen el cielo por el cual surca su osadía. El misterio que rodea la creación del universo es el mismo que envuelve el génesis de la obra. Es un caos, un insulto a la pasividad, es una idea que evoca miles de años de constante transformación que ha logrado transmitirse a través de las misma sangre e historias que ha mantenido vivo el fuego de las desdichas, de la miseria y la esperanza, de la alegría y la soledad en la que se fraguan los pensamientos más íntimos de cada ser humano. Ese enigmático personaje a menudo inocula la realidad de los individuos con perspectivas únicas y logra abrir dimensiones que permiten el encuentro cataclísmico de mentes sin duda atípicas, para que de ellas brote la singularidad excitada que deslumbra. La vehemencia con la que incurren los descubrimientos no suele ocurrir con frecuencia. No cabe duda que continua siendo una rareza el hallazgo de personas que irrumpan con fuerza e ímpetu en el imaginario íntimo de cada uno, por ello tales acontecimientos deben ser maximizados con la mayor pasión, pues al final de cada historia el artista deja su rol para convertirse en la persona que siempre fue, un contador de historias que en un pequeño momento dentro de la transformación perpetua de nuestros universos, logró llenar el espacio de toda una vida. La eternidad es también la comprensión de sus instantes.

06 marzo, 2015

La ciudad y la razón


Es la combustión de la ciudad. En la lejanía sus luces parecen calcinar la vida de sus habitantes asfixiándolos o al menos dificultando sus libertades; es la burbuja del día a día, sus rehenes autómatas buscan sobrevivir pensando en las ilusiones del mañana sin perder tiempo en la necesidad absurda de vivir el presente: es un bello y absurdo platonismo. La noche cae y los ciudadanos como suelen autodenominarse, sufren paroxismos de distintos tipos pero engendrados todos en la misma naturaleza salvaje que se ha venido acentuando a medida que el ser humano se adentra en la era tecnológica, o también llamada era de la distopía. Nunca se había llegado lo suficientemente lejos como para perder de vista cualquier horizonte. Y ahora lo único que se alcanza a vislumbrar son los focos de ciudades que arden en medio de la nada, mudas y sordas ante cualquier síntoma de razón, más no ciegas ante el escrutinio de la esperanza de quienes habitan ahí, en la ciudad.