De pie en la sombra de una pared se fumaba el último cigarrillo mientras la neblina confundía el vaho del frío y el humo que enfermaba su cuerpo. Se había sentado como queriendo encontrar el equilibrio gravitacional en sus muslos, con el cabello mojado y las manos temblorosas a pesar de ocultarse bajo el abrigo negro que le abrochaba cuatro botones. Ahí estaba Victoria, sola entre las casas que duermen, pequeña ante la calma, pensativa, casi mimetizada con el entorno que la dibujaba a la interperie. Delgada y fugaz como la horas, impermeable ante las conjeturas y vacunada por una noche contra los tractos de letargos que sueñan a futuro con ilusiones próximas ya adormecidas. Todo pasa y no se puede hacer más, solo seguir adelante como siempre; se descubrió diciéndole a sus zapatos azul metálico, mientras que el viento impulsaba a esa extraviada luciérnaga que intentaba calcinar la luz de la Luna a media noche. No estaba ataviada de pensamientos aparentemente inútiles que gastaban tiempo, solo un poco vacía de suspirillos imprecisos y descoordinados Esa semana había sido suma de circunstancias, tentaciones acumuladas en el cielo plomizo que como una ráfaga importunaban a quienes desesperaban con canciones de recuerdos en tardes de lluvia sin paraguas. Pero en aquel momento la suma esperaba el balance: varias ganas a medias de distintos colores, un hilo de meses que finalmente había encontrado quién lo cortara, unos ojos de espejo que no devolvían su mirada; pero que al final de aquella noche que ahora despuntaba la una de la mañana, todo era parte de ayer, al fin y al cabo ya quedará mañana para preocuparse del futuro. Por ahora una sonrisa de DaVinci parecía ser apropiada para irse a dormir, que del resto se ocuparán los sueños de la madrugada.