08 octubre, 2013

Inmunodeficiencia adquirida


Sentado a un costado de la cama vacía, miraba el cuarto que se llenaba de un fragor sordo que no iba a desaparecer; el mismo aire que respiraba era distinto, diferente al de hace unas horas atrás. La transición con que la vida abandona un cuerpo es palpable. La dureza de las últimas horas recorría su dolor, pero a la vez el silencio acallaba el mundo exterior, permitiéndole camuflarse junto a su soledad en aquel cuarto y en aquella cama que todavía sudaba el aroma de lo que ya no se encontraba en este bosque de vivos. Su cuerpo lo sentía extraño, como si una parte ya no le perteneciera, esa parte que se había convertido en una estatua sólida de sal. Había vivido tantos años, más de los que todos los calendarios que llevaba a cuestas y amenazaban con delatar su edad hubieran podido contabilizar. Sus memorias habían terminado por esfumarse poco a poco junto a todas sus amistades, su familia, todas las personas que había conocido a lo largo de muchas décadas y que ahora lo habían dejado como albacea de los mejores y peores momentos que compartieron. Su compañero de vida había sido el último en marcharse. Él como todos los que ahora sólo a través de recuerdos existían, habían partido. Él los despidió en la orilla del río mientras el barquero zarpaba con sus cuerpos pero no con la moneda valiosa de lo que ahorra el corazón. Ahora sentía el desgaste irónico que produce el vacío. La consumación de la soledad que llega con los años de quien a manera de suerte, sobrevive. Su enfermedad no tenía cura, siempre pensó que no viviría lo suficiente; viviendo con el riesgo latente de la fragilidad que sufría y había contemplado en quienes habían sucumbido súbitamente cuando diagnosticaron un mal en su momento desconocido. En la frontera del valle de la muerte siempre habitó, lo suficiente para ser el último luego de tantas vidas simplemente resistiendo. Viviendo.

8 comentarios:

  1. Siento como si una parte o una de las personalidades del protagonista le hubiera abandonado; tal vez, la curiosidad, la ilusión o las ganas de hacer cosas nuevas...
    Sin duda, tu relato tiene muchas interpretaciones porque el sistema de protección dejó de actuar sobre él, anulando sus funciones.

    un abrazo amigo :)

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    1. Irónicamente, la enfermedad lo hizo vivir, y como todo Esilleviana, a medida que se llenan los años, todo poco a poco va a quedando atrás.
      Un abrazo querida.

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  2. "no con la moneda valiosa de lo que ahorra el corazón" es el gran amuleto. Saludos. Regresé

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  3. "La transición con la que la vida abandona un cuerpo es palpable." También lo es este repaso narrativo, en el momento último de la vida donde la conciencia se pega al recuerdo.

    Yo te he visto crecer Sr. Zimmer y como te vas haciendo grande, excelente, en la escritura.

    Abrazo

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    1. Donde además de pegarse al recuerdo, la conciencia finalmente alcanza al presente.
      Gracias Antonio, un abrazo.

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  4. Alejo, un texto tan cargado de simbolismos como de pasión y gusto por las letras; uno de esos textos que ya casi nadie se atreve a escribir. Muy bien logrado, y nos/me deja pensando en el pobre de Caronte, el último que cruzará, definitivamente, ese río que a veces denominamos olvido...

    Ayer pasé pero el blog no me dejaba comentar en ningún texto. Hoy regresé y sí pude hacerlo. ¿Cosas de la tecnología?

    Saludos

    J.

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    1. José, debo decir que la idea de Caronte como el último en emprender el viaje es una idea digna para robar! Muchas gracias por el comentario.
      Saludos.

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