02 octubre, 2013

Paisaje

Sentado frente a la casa escuchando el constante ruido de la cascada urbana que se perdía en la alcantarilla, Samuel esbozaba una mueca dulcemente melancólica. El pasado que no se cansaba de abrirse y pretender cerrarse ante la posibilidad de la venganza que representa el olvido, sí, Borges acudía a su mente, pero también la historia de la literatura, esa que acosa y tira de las experiencias vividas. Era la primera vez de todo, pero también la primera vez que muchos otros han vivido, el alma violenta que convierte las historias similares en complices a todos aquellos que no conocemos. Era Samuel con su primer amor, el más tonto pero el más sincero por no haber sido contaminado por las cicatrices recalcitrantes. Nada sería igual a aquel buenos días después de haber sentido los jadeos de ella a unos centímetros de su cara estúpida por aquella descarga de adrenalina envuelta de felicidad y los misterios que susurran los árboles sobre la perfección imperfecta de lo momentánea que es la vida, eran un cúmulo de conductas aprehendidas que se desvanecían justo antes de cerrar los ojos inertes y entregarse a la consumación de eternidad. Samuel revivía las primeras veces como la contemplación a la que se entrega el artista que espera maximizar su imaginación. La ilusión del amor y su prolongación infinitamente corta y constante en el tiempo; esa ilusión de un Edén como simple decoración de un paradisiaco infierno terrenal y su total aceptación. El golpe de la traición que exaltaba los ruidos para tortura de los sentidos. ¡Ah! el peso liberador de la ira que se traba en la garganta como un volcán a punto de explotar. La soledad como el eco del cuervo escondido en un cuento que promete la locura. Y al final la muerte tan anunciada pero que siempre hallaba la manera de sentirse nueva. 
Samuel y la mueca que se extendía en sus comisuras labiales ante la conciencia que el tiempo transcurría sin envejecer, pero cuyo roce lo convertía cada día de manera sutil en una persona más vieja. Ya no era aquel que recordaba hace unos instantes, ese joven  desfigurado por la promesa perfecta de la experiencia y sus consecuencias; sin embargo en aquel momento soñaba con recuerdos, no con lo imposible, sino con lo ocurrido; tantas variables que pudieron existir, infinitos sabores apenas palpables, siempre testigos de la bóveda celestial que se abría en la noche. Tantos sin embargos y peros, y ahí estaba él, una metáfora de si mismo, reflejado a través de una sonrisa propia que nunca podría admirar. Su mano tocó sus labios y reconoció aquello que no veía pero intuía. Hasta sus labios rodó un sabor salado, y así, Samuel lloró de felicidad. Ese era su paisaje, el paso de la naturaleza de su vida.

4 comentarios:

  1. ¿Volverás para quedarte? ¿O nos harás esperar eternamente otro de tus textos?

    Saludos

    J.

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    1. Esa pregunta ni yo la puedo contestar. Por ahora, espero retrasar cualquier partida.

      Saludos.

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  2. Recordar un instante tan fugaz que hasta logró tocar las horas en las que sucedió aquel recuerdo. Está escrito con mucha maestría.

    un abrazo :))

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  3. Recordar, ese sexto sentido que hace percibir lo que se almacena en la cabeza, no Esilleviana?
    Gracias,
    Un abrazo.

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