Daniela se daba prisa para finalizar los últimos detalles del proyecto. Intentaba apurarse porque sabía que de no alcanzar a tomar el tren de las cinco, tendría que abordar un taxi, y dada la lluvia, esto último podría demorar indefinidamente. El reloj marcaba las cinco menos diez, y los pensamientos de Daniela iban y venían entre el trajín actual y las ansias de llegar pronto a la cita de las seis. Finalmente terminó. Corrió a la oficina de su jefe, le entregó el proyecto, se excusó y al cruzar la puerta se sintió aliviada. Tomó con apuro las pertenencias que se desparramaban en el escritorio y se precipitó a la salida. En el apuro que la había hostigado, se percató al llegar a la estación que el abrigo lo dejó colgando de la silla . Era demasiado tarde para regresar, y para empeorar la situación; el tren acababa de partir sin ella a bordo por supuesto. Ordenando sus ideas, se dispuso a tomar la opción del taxi. Aliviada de haber hallado tan pronto uno desocupado, decidió relajarse. Maquillándose durante el recorrido, y a pocos minutos de llegar al restaurante, cayó en cuenta que la cartera había quedado en el abrigo; mismo que ahora estaba a treinta minutos de distancia, recostado en la oficina. El pánico de no tener con que pagar, pobló su cabeza. Tratando de pensar cómo salir de aquel embrollo y percatándose que el conductor era un malhumorado que difícilmente la dejaría salirse con la suya bajo cualquier excusa, solo pudo ocurrirsele una solución. De repente Daniela comenzó a hablar. A conversar, siendo más exacto. A conversar como si viajara acompañada. Lo hizo de tal manera que el conductor no pudo más que reparar en aquella peculiar situación. Al notar que no hablaba por teléfono, una mezcla de curiosidad y temor se apoderó de él. En ese instante, la charla imaginaria de Daniela pareció convertirse en una pelea. Y justo en ese momento pidió al conductor que se detuviera. Se bajó del taxi de manera veloz a unos metros del lugar de su cita. El conductor al percatarse que no le habían pagado el servicio, la llamó. Daniela dándose vuelta y con total desparpajo le contestó que su exnovio le pagaría, porque ella no aguantaba viajar un solo minuto más con aquel individuo que recién le había confesado su infidelidad. El taxista pensando que era una loca, se alejó del lugar mientras que ella, luego sonreiría por haber llegado puntualmente.