30 agosto, 2011

La loca

Daniela se daba prisa para finalizar los últimos detalles del proyecto. Intentaba apurarse porque sabía que de no alcanzar a tomar el tren de las cinco, tendría que abordar un taxi, y dada la lluvia, esto último podría demorar indefinidamente. El reloj marcaba las cinco menos diez, y los pensamientos de Daniela iban y venían entre el trajín actual y las ansias de llegar pronto a la cita de las seis. Finalmente terminó. Corrió a la oficina de su jefe, le entregó el proyecto, se excusó y al cruzar la puerta se sintió aliviada. Tomó con apuro las pertenencias que se desparramaban en el escritorio y se precipitó a la salida. En el apuro que la había hostigado, se percató al llegar a la estación que el abrigo lo dejó colgando de la silla . Era demasiado tarde para regresar, y para empeorar la situación; el tren acababa de partir sin ella a bordo por supuesto. Ordenando sus ideas, se dispuso a tomar la opción del taxi. Aliviada de haber hallado tan pronto uno desocupado, decidió relajarse. Maquillándose durante el recorrido, y a pocos minutos de llegar al restaurante, cayó en cuenta que la cartera había quedado en el abrigo; mismo que ahora estaba a treinta minutos de distancia, recostado en la oficina. El pánico de no tener con que pagar, pobló su cabeza. Tratando de pensar cómo salir de aquel embrollo y percatándose que el conductor era un malhumorado que difícilmente la dejaría salirse con la suya bajo cualquier excusa, solo pudo ocurrirsele una solución. De repente Daniela comenzó a hablar. A conversar, siendo más exacto. A conversar como si viajara acompañada. Lo hizo de tal manera que el conductor no pudo más que reparar en aquella peculiar situación. Al notar que no hablaba por teléfono, una mezcla de curiosidad y temor se apoderó de él. En ese instante, la charla imaginaria de Daniela pareció convertirse en una pelea. Y justo en ese momento pidió al conductor que se detuviera. Se bajó del taxi de manera veloz a unos metros del lugar de su cita. El conductor al percatarse que no le habían pagado el servicio, la llamó. Daniela dándose vuelta y con total desparpajo le contestó que su exnovio le pagaría, porque ella no aguantaba viajar un solo minuto más con aquel individuo que recién le había confesado su infidelidad. El taxista pensando que era una loca, se alejó del lugar mientras que ella, luego sonreiría por haber llegado puntualmente.

25 agosto, 2011

Chupa-chups

Por aquellos años, Mario era conocido por llevarse a la boca por lo menos 3 veces al día una paleta de dulce, siempre de distinto sabor. Sin embargo su fama también se debía en el supuesto parentesco que tenía con un tal Don Juan, así como de brindar a sus conquistas, algo que al parecer los demás hombres no podían o no sabían: un celestial cunnilingus, o al menos así lo comentaban ellas. Por eso aquella noche en que de forma inesperada llevó a su apartamento a la mujer más hermosa y deseada de toda la facultad, no le extraño a nadie, por el contrario, despertó los usuales aires de envidia de sus compañeros. Finalmente luego del foreplay aquella mujer descomunal y de astucia tan  semejante a su belleza, entre jadeos y dejando entrever un tono de malicia le dijo a Mario que era hora de poner a prueba su afamada dote lingüística. Mario jactándose como siempre, esbozó una sonrisa al mismo tiempo que le ayudaba a la gravedad para bajarle la ropa. Sin embargo algo ocurrió que él no tenía previsto. Un bulto de vello más que abundante, prácticamente ciclópeo, se interponía como una muralla entre y su área de trabajo. ¿Pasa algo? le preguntó ella conteniendo la risa. Como una chupa-chups eh! terminó agregando aquella mujer que se erguía ante él. Dándose cuenta que estaba entre la espada y la pared, y olvidándose de que aquel día había sido el más caliente del verano, Mario comenzó aquel ritual que tan bien conocía. Desde aquel momento, Mario sustituyó las paletas por los Halls. De ahí.

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El anterior post así como este, contienen "guiños literarios" hacia Flavia Company, cuyo libro trastornos literarios me acompaña desde hace unos días. Espléndida escritora.

23 agosto, 2011

La última palabra


Aquella mañana Ramírez se despertó embargado por un sentimiento resoluto. Por un momento le fue difícil creer lo que estaba a punto de hacer. Prueba de ello es que por poco da marcha atrás a la postura recién adoptada. Sin embargo tras una riña con el espejo se dijo que aquello era definitivamente lo mejor y no iba a dejar pasar la oportunidad de tener la última palabra sobre el asunto. Rebuscó entre sus papeles y encontró el número telefónico de Anastacia. El tono de espera del teléfono unicamente sirvió para acrecentar sus pulsaciones cardíacas. Realmente no podía creer que luego de veinte años, había dejado de lado el amor platónico sentido hacia Anastacia, y ahora estaba a punto de decírselo. Era el momento de acabar con aquel aire de arrogancia con el que ella lo había tratado producto de la develación de sus sentimientos. Finalmente del otro lado del teléfono despertó una joven voz. Ramírez se limitó a preguntar con un marcado acento cobarde por su ahora ex amor. Vaya golpe el recibido cuando la joven y amable voz le anunció que Anastacia -quién era su madre- había muerto dos días atrás. Ramírez colgó el teléfono. Perplejo y con una rabia creciente, no podía creer que ella hubiera muerto pensando que él nunca la pudo superar. Que momento más inoportuno para morirse. De ahí.

Énfasis Lúdico

(Sin género)


- Cuán falsa eres realidad, cuando caes en manos de la libertad.


Tormentas de memoria recurren a su arisca actitud y la taciturna mirada reacciona en tardanza cuando no reconoce el nombre al que responde pero recuerda cuando la llaman. Atento y sigiloso, sabandija pericolosa, colibrí con escamas de piel que nunca pierde la calma. En vigilias eternas pretende culpar al horizonte mezquino y ocioso que veloz desaparece tras la cortina de sus ojos. Patria monocromática que llama y quema. De repente pierde el talento que a bocanadas lo consume y el tiempo siempre asesino que termina absuelto e ileso mientras se fuga por la ventana de una mañana. Sentada y pensante do' nadie la encuentre: bebe y ya no siente la tertulia, bebe y ya no consume, se cansa pero no se sacude de la monotonía que emana sin poderse evitar. Y mientras a ritmos disonantes se acuesta, siempre empapado despierta, con el grito ahogado que deja el futuro de un trueno que en pendencia clama por el apetito añejo y voraz que en cuentos redime al héroe pero que en las letras siempre esconde el pensamiento inefable, vacilante y canalla de las camuflada y vertiginosa realidad. Es hora de empacar su morral. Camina saltando, como debe ser. Se aleja finalmente con la misma prisa con que la gente siente y piensa. Desfallece en el intento. Cae como remolino al suelo y los pensamientos le pesan. Se deshace de ellos. Quiere jugar y no simplemente mentir para decir la verdad. Aprisiona su bolsillo con la mano de saludar, con la mano de escribir sin pensar, con la mano que la libera y la cuelga de nuestra libido. Y en los restos de cortés locura, se despide con un paño hecho de los sueños que siempre la obligaron a renunciar ante la mítica realidad de la cual siempre quiso no despertar.

11 agosto, 2011

Negro temor


Lejos de sus pasos, de su infatigable memoria y de sus bondadosas caricias que provocan un temblor de espanto en mi cuerpo acompañado de toda clase de pensamientos paranoicos; me reencuentro con el desequilibrio que roba la quietud de espíritu. Entre articuladas batallas de infinita y horrorosa quietud me asomo; infructuosos, reiterados, cansinos y anesteciantes terminan resultando los acontecimientos que posteriormente terminan por aplacar y confundir a mi razón. El mundo continua transcurriendo en su neutralidad apacible, como si intentara pasar de largo a la ventana que me devuelve la mirada. La cuchilla siseante del tiempo que me apremia se apretuja en una amenaza con cada paso que la acerca a mi lado. La mujer cuervo, de presencia perpetua, de vuelo seguro aunque cansado, ahora cambia su mejor careta con cada metro que le gana su andar a la puerta que nos divide.
Siento el terror en cada letra que escribo, lo hago rápido pero no consigo dilatar la perpetuidad del olvido que no se cansa de esperar. La decadencia se apodera de mis páginas y oscuros son los presagios que llenan la habitación. Pronto ella abrirá esa única defensa, y  con palabras asesinas por cariño, buscará aniquilar el trabajo de mi soledad, las odiseas anacrónicas y sin final, la constancia del ímpetu que propulsa el viento que amolda los infiernos de mi locura, haciendo de ellos la esperanza de paz y eternidad  que mueve mi escritura.
Es demasiado tarde, ahora la veo con su andar amoroso que me impregna de una caridad que corroe. Ahora la veo dispuesta a encarcelar las quimeras de mi arte con la censura de su pastillas. Ya no veo mi enfermedad ni su amor. Qué significa esta locura, escucho en un leve clamor. Todavía la veo y no deja de ser demasiado tarde.

10 agosto, 2011

Breves anomalías (Autocrítica)


Comentario de autor (actualización)


Cual si se tratara de una fe de erratas (pero no lo es porque este post es verdaderamente insalvable), me toca escribir a manera de autocrítica (haciendo uso de ese alter ego probablemente)  que estas espantosas "breves anomalías" no se escriben ni se deben escribir, que le falta mucho ritmo, técnica y una terrible creatividad de la cual carece entre otras cosas por supuesto. Sin duda alguna buena intención se puede esconder; pero por otro lado,  el infierno está lleno de ellas, no? En otras palabras, queda claro algo: Fue una metida de pata publicar esto, y por ello pido disculpas a mi estimado amigo Miguel por desperdiciar de manera sobrada una idea suya, y en especial a los potenciales lectores y huelga referirme de quienes ya leyeron.

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Ocho años de pareja acumulaba mi amigo José cuándo me contó de sus planes de casarse. Nunca lo tomé en serio, hasta que un día desperté y supe que las borracheras habían terminado. En el obituario leí su invitación de matrimonio.

Rizado era su pelo, claros sus ojos, como si solo existiera una forma de matar el tiempo a su lado. Con ella platiqué cinco minutos hasta que el autobús me acorraló. Bajé, y en ese momento nuestras vidas disiparon el atardecer que detuvo el reloj de la memoria que nunca perdoné. (desconfiad del reloj que comprime el presente para luego desatar el recuerdo)

Fumando, simplemente fumando; simplemente mirando. Simplemente la vida escapando con la Luna que se escapaba en coplas de mis manos.

03 agosto, 2011

Lamento del árbol

 (Patetismo prosaico)

Motherhood - Alexandre Desplat


Había vuelto a mis viejos hábitos, los únicos que no me abandonaban, los difíciles, los genuinos, los dañinos y los que daban más vida que cientos de cantos de sirena. El oído permanecía intacto a las advertencias del pasado, mutilando las consecuencias ya quebradas que no se cansaban de llevarse lo que nunca me habían dado. Era incomprensible y difícil de reconocer la muerte de la vida en el más acá. El ataque de tos me reencontraba. El temblor de la mano derecha al sujetar el buen cigarro, la canción siempre retrasada, atajaba los pensamientos hacia ella, siempre la misma pero con diferente nombre, cuerpo, olor y cualquier cosa que la mantuviera igual; porque lo mismo nunca sabe igual si relente se mantiene... Vaya verdad más segura, obsoleta y cobarde la que entonces impidió que alcanzara su mano cuando intentó quedarse a mi lado. Faltaron centímetros decimales. Que lamento más patético el derrochado. ¡Que viejos dioses conjuran el tiempo perdido que atormenta con mudas cadenas mi espalda con el suplicio de existir sin tú presencia! Cuán cruel es el fantasma que saquea la argamasa que sostuvo mis noches de inspiración; la que una vez germinó de sus suaves cabellos desnudos de inmortal belleza, cayendo a favor de un rostro cuyo único error fue despertar los celos de la vida misma, que alejóse de su lado para dibujar el vacío que ahora se anida en el tosco cuenco de mi lamento. Y sin más cantos que llenar, el cuerpo en árbol transmutó, para yacer en la vereda de la tumba que mancilla tú nombre; y así, permitir a mis ramas rozar tú voz que desde antaño con el viento se cuela en el silencio que me habla del fin del mundo.