Siempre me veía, o al menos eso creía yo. Cuando estaba ahí. Sí, ahí sentado viendo el vacío, o al menos eso creo que pensaría que estaba pensando yo. Nunca quise creer lo contrario porque hubiera sido atroz; ya sabés por eso que dicen que todo es transitorio; pero que le vamos a hacer… Los premios, la gloria, los chismes de siempre; y de repente las manos me crecían, los pies se alargaban, era como un lobo, porque me estaba transformando en lobo –en lobo de mar imagináte-. Y siempre la nocturna, el viene y va, el sinsentido, todo podía pasar y yo me lo imaginaba. Pero casi siempre todo lo detenía, justamente cuando comenzaba a convertirme en uno de esos animales que se ve por la tele, y probablemente deben existir en otro lugar o en otro planeta –porque la tele no miente, incluso cuando la enfocaban y embelesado como un idiota dejaba que las pupilas la atraparan hasta el verano siguiente-.
Pero bueno, todo era cierto hasta que me golpeaba la razón ¿o sería al revés? Siempre ignorante. Y los amigos y cuentos de siempre; de un lado a otro nos llevaban, como las nubes cargan a la lluvia y esta se suspende en la gravedad hasta que toque el suelo, ese suelo infame que devuelve a la realidad. Otro año en la vida de los minutos que son como hormigas ¿y cómo medirán el tiempo las hormigas? Seguramente lo miden por lo que hacen, y por eso son más inteligentes que yo. Sentado la veía, las cortinas de su cuarto anunciaban otra cosa, y yo era un miope infiel ¡cobarde, embustero, genio! Era lo que se me ocurría cuándo alzaba la vista y no la veía. Pronto aparecerá, estoy seguro. Pero el calendario era cruel y ya había pasado, otro mes, otro fin de semana y siempre incompleta. Andá, salí, que allá afuera está la Luna aguardándote hasta que otro se la robe.