19 diciembre, 2011

Matices

  James Horner



Con los ojos cerrados movía su cabeza cual péndulo. La imagen que sucedía a continuación era su favorita. La verjas de su casa proyectaban sombras, mientras que la luz pálida, la del poste a los treinta metros, provocaba que se intercalaran la luz y oscuridad a través de sus párpados. A su derecha el amanecer comenzaba su ligera y suave aparición. Aquel espectáculo duraba menos de un minuto hasta que abría los ojos y tomaba las cinco sombrillas que había hecho días atrás. El sonido de los autos, las motocicletas y los pájaros que despertaban se mezclaban con el ulular de los árboles del parque. No se trataba de una persona especial, de esas que idealizan las historias, simplemente era una mujer en bicicleta con cinco sombrillas a cuestas. Uno a uno dejaba los artefactos que había fabricado, siempre de distintos colores; los iba depositando al azar en lugares cualquiera, pero nunca en sitios repetidos, todo con la esperanza que alguien los recogiera. Regalar sombrillas había sido su pasión desde hace cuatro años. El rodar de su bicicleta le regalaba esa velocidad libertina, caprichosa y fugaz que suele traer consigo el viento que despeina. Junto al pedaleo constante cantaba versos inventados. A veces las lágrimas se congelaban con la velocidad por lo que a su paso iba dejando atrás, pero otras tantas su música llena de paisajes y versos prestados a su imaginación era tan fuerte que amilanaba el sentido fugaz que representa la vida. Mientras rodaba, sus ojos trazaban el mismo camino que en su cabeza iba dibujando. Al detenerse y dejar su última entrega, pensó que aquellos aparatos que había fabricado durante tantos años protejerían a quién lo necesitara. Mirando el reloj supó no solamente que eran las seis y treinta y cinco, sino también que aquel era el mejor lugar y momento para aparcar su bicicleta. Se acostó a los pies del árbol que había crecido con perseverancia en el jardín de su casa y con los ojos fijos hacia el cielo, se percató que los colores se intercalaban con las ramas. Poco a poco el blanco se fue apoderando de todo, hasta que la luz finalmente consumió la última brisa que se dispuso a salir de su ser y con el viento se marchó.

8 comentarios:

  1. Excelente relato Alejo, cada vez que paso por aquí sé que me voy a llevar una sorpresa.

    Saludos

    J.

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  2. Qué forma más bonita de morir.

    Me ha gustado mucho el relato.

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  3. (perdón por mi demora)

    Qué preciosidad!! me ha gustado todas las metáforas que la describen: sus cinco sombrillas (sus cinco sentidos), la imagen y el recurso de la bicicleta en la cual no dejaba de rodar y pedalear en su vida, los versos que cantaba mientras peregrinaba en su bicicleta, como desaparece placidamente a los pies de un árbol.

    Feliz Navidad y un favorable año nuevo.

    un beso
    :)

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  4. Qué lindos paisajes, que bello modo de relatar el final.

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  5. Eso no es la muerte, eso es la vida

    Besicos, guapo, perdona el retrasoooo

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  6. Muchas gracias a todos por los comentarios, que siempre son recibidos con la misma alegría que me causa leer en sus sitios -aunque a veces tarde en hacerlo-
    Abrazos,

    Alejo

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  7. ¡Qué bonito Alejo! Es un recorrido precioso y muy bien narrado, no falta nada, es perfecto, una perfecta despedida llena de matices.

    Abrazos

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  8. para morir a la sombra
    antes
    haberla fabricado
    y sacado a pasear.

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