05 octubre, 2010

SON LAS MISMAS ESTRELLAS QUE AMANECEN.






Joe Purdy/I love the rain the most


Lejanas parecían las fotografías, el olor a mar cuando se acercaba al pacífico, la sonrisa que dilucidaba viendo en el horizonte el mar, mientras sentía el sol al lado izquierdo del coche calentando su rostro. El viento presuroso lo hacía cerrar un poco los ojos negros clareados por la compañía que le hacía superar los obstáculos del trajín. De repente surgía la risa divertida de su amiga en plena noche nublada, quizá apetecida de licor y frío típico de la temporada que no pasaban inadvertidas entre la cándidez que fluía en aquella sangre; propagándose entre tantas charlas que se ventilaban en la ciudad. El amanecer de los cantos del pájaro, en una terraza, incesante el fuego antes de que comenzara a rumorarse la cotidianidad, justo cuando su vista se perdía en el momento que el cielo corría el velo de la oscuridad para desprender manchas de tinta que se esparcían por el cielo pronto a ser de un azul monocromático que le gustaba jugar a ser tan simple que era perfecto el aire que se dejaba respirar. Las lavanderas se marchaban con besos limpios, las palabras engañaban y los amigos insistían en quedarse al lado de la eternidad, como pretendiendo sustituirla con un te queremos hasta que la vuelta devolviera lo que el tiempo no quiso llevarse, como guardándolo en el abrazo de una bienvenida que se añejaba tras el cristal de un avión.
Ernesto vivía, podía escribir, podía soñar, podía ser voluntario, podía reír, podía visitar a la andaluza de Morón. Hacía cinco años que había volado de su amada América en dirección a Europa. En su antigua gaveta dejó tres pares de medias, un tarro de monedas y su mundo lo empacó en el pecho. Nunca había sentido ninguna extrañeza, amaba esa nueva tierra como si siempre lo hubiera esperado, amaba el mundo sin banderas; y por ello había comprado una botella de vino y viajó a Caspe; y en las afueras de la colegiata de Santa María la Mayor contra todo precepto, recordó por primera vez a tantos que había conocido al otro lado del vasto océano, y así amargamente desahogo tanto arena del reloj recordándo que el corazón duele...

Mi cariño a España, que tiene una hija en Andalucía que solo sabe de amar al amor.

7 comentarios:

  1. Ojalá algún día pueda cruzar el charco... no hay porque sentir extrañeza, el mundo es el hogar de todos, ese "mundo sin banderas".

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  2. Como me encantaría conocer España...

    Extrañar la patria... aún no sé lo q es eso, pero algún día espero saberlo, extrañar a is amigos, a mi amor... estar tan lejos tanto tiempo...

    besitos

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  3. hola Alejo, si de cruzar el charco...otra vez desde éste otro lado... uno tiene el corazón part'io en ambos continentes... y el mundo es tan grandee... pero nuestros corazones pueden estar en todos lados..un besote siempre es lindo leer tus maravillas...

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  4. Alejo...
    Alejo...
    Quizá solo vos entendés tus letras, porqué quizá son el trazo de la línea personal pero nos compartis un sentimento y ese sí que se entiende.
    Me encantó, es bellísimo.
    Un abrazote, cuidate mucho.
    Tuanis.

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  5. Por allá anda Ernesto??? ajajajjaja
    Que bueno oir de él nuevamente, me alegró (que raro)

    Un besote!!

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  6. Me encanta la forma en que escribis, tanto que a veces me quedo sin palabras para aportar algo interesante ante algo tan perfecto.

    Saludos

    J.

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  7. Alejo,
    Viajar es saltar de la ventana, sin paracaidas ni pantalones.
    Disfruto leerte como siempre.

    Saludos descarbonados!

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