01 febrero, 2010

Una revolución de conciencia

Aprovechándo la quietud del ambiente, espero ser breve para evitar divagaciones que se suelen inmiscuir, ahora de forma más habitual.

La presente no pretende ser más que nada, no un acuse de dirección errónea, no una llamada de atención al extraviado, no una seña de error en lesco, no un movimiento negativo de cabeza, no una falta de lucidez imperante que se logra erguir en lo alto de la torre que bloquea la luz del amanecer; no es el remordimiento infinito y una alegría universal, pero sí lo que considero una falta de respeto para con nosotros, pero especialmente conmigo.
La culpa no es del insomnio sino de permitir la invasión cerebral en las noches que se pueblan de bandidos, ladrones y acosadores de pensamientos, aromas, tactos, voces y miradas que terminan por solidificar la mente y mantenerla en la dicotonomía de siempre: esa que se cobija con dos signos de interrogacción. Intentar disiparte resulta una labor 24/7, cada intento es tener presente la inconstancia con que se respira producto de la irregularidad del latir de ese órgano del que ni me quiero acordar.
A este punto he llegado a pensar que el hielo de las manos realmente quema, hiere, desentraña, malagradece, carcome y que se escribe como sustituto de error. ¿Adonde van a parar los pensamientos que se intentan reprimir, amarrar y tan fatigosamente intentar deshechar? ¿A que parte del firmamento debe dirigirse la vista cuando la elocuencia se mortifica sabiendo que las estrellas deben su belleza a la Luna, por ello siempre brillan alrededor de ella: la mirada siempre va al mismo lugar, sin importar cuanto se llene el manto estelar.
De tal manera que a manera de evitar la perorata de la cual se me tiende a juzgar, advierto sobre el cansancio, sobre la falta de creatividad, la testarudez, la torpeza y del fastidioso lugar de estar lidiando entre la infidelidad entre mente y corazón de un mismo cuerpo; Yo como conciencia tengo mis límites, y si no me quieren escuchar; vaticino el caos en mi ausencia. Porque las cosas que creíamos que más nos fastidiaban, son las que más extrañamos cuando ya no están.

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