22 enero, 2010

El reloj de arena

(El día que los cabellos de ella se atrevieron a no dejar pasar más tiempo)


La noche comenzaba a tocar las puertas del fin del atardecer, así como el calor comenzaba a aminorar su paso de lo que había sido una tarde calurosa. Con la mirada intrigante como era habitual, como quien intenta descifrar los misterios que quedan entre ambas siluetas; decidió romper aquel momento de quietud en que se encontraban ambos, sin embargo ella se le adelantó, aunque su motivo para hablar era distinto al de su acompañante: - Me gusta el sabor que le da a tus labios el vino. El tuvo que interrumpir su pensamiento para amoldarse a la conversación que ella parecía haber propuesto en aquel instante.: - Y yo pienso que el vino sabe mejor cuando lo bebo de tu lengua. - No me hagás reir, y dáme un beso, contagiáme del olor de este habano, y dejáme combinar los sabores que hay en tu lengua.
Él sello la petición con un beso en el hombro izquierdo, con otro en la muñeca derecha de su acompañante, y por último dejó que los labios de ambos llegasen apenas a rozarse unos instantes: - Ese suspiro me lo voy a quedar si no te importa. Atrevió a decirle él con una sonrisa picarezca, producto de sentirse orgulloso de haber logrado una reacción tan oportuna, y acto seguido se llevó el Cohiba de ambos a la boca. - OK, te lo puedes quedar, pero acompañálo de lo que tuviste que hacer para provocarlo, porque esas ganas me las quedo yo.
Ambos se encontraban sentados en las afueras de la casa de ella, sin ser perfectos, sin ser pareja, sin creer en que el amor es acompañado de una eternidad; se sentían inmortales dentro de las arenas de un reloj de recuerdo inmediato, de placer, de besos y caricias, y de la desnudez de los cuerpos a las 4 de la tarde.
A la mente de ella acudía la imagen de la cabeza de su amante anidada en su pecho, los pares de ambos alineados al tiempo que él sacaba los comentarios más hilarantes: Eso es realmente intimidad, pensó ella.
- Te digo lo que pienso. Atinó a escuchar ella. - Dime. - Pienso que hoy me dejaste ser yo, ser tu amigo, tu amante, tu suspiro, tu pasión, tu risa, tu gemido, tú canción, tus ganas, tu macho o tu sexo esporádico. Yo sé que que tiendo a ser idealista (y algunas veces muy gruñon), pero hoy me diste la libertad que buscaba para poder estar ahora sentado fumando un habano y tomando vino de la misma botella tuya.
Ella le acarició el muslo derecho sin verlo a los ojos, e inmediatamente le beso el lado izquierdo del pecho para luego abrazarlo.
- Y ese beso que se supone que significa?. Le pregunto él con cierto temor de haber arruinado el momento con sus verborrea habitual. Y fue ahí cuando sintio la risa de ella resonando contra su cuerpo. - Porque hoy me regalaste un pedacito de romanticismo de tu corazón y no de tu cerebro, supongo que un poco de mi sentimentalismo reflejado en un besito te vendría bien, y quién puede saberlo, quizá y hasta un día me hagas una canción mi querido Ernesto.
Y así Jimena sintió que el amor había dejado el rastro en sus cabellos.

3 comentarios:

  1. Hacía mucho que no pasaba por acá. Siempre revitaliza leerte.
    Saludos

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  2. Y siempre es un placer leerte!.
    Un abrazo

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  3. Siento muchas emociones a la vez... Quizás por lo que vivo, tu relato me pareció más conocido, más cercano. Tienes talento, mi amigo, mucho talento. Bendiciones por eso...

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