Han pasado segundos y debajo del árbol veía marcharse a sus amigos, la frágil sonrisa poco a poco se fue desvaneciendo, hasta convertirse en la línea habitual que se dibujaba bajo su nariz. Postreras imágenes desvencijadas hechas de sencillos y pequeños momentos habían sido traídas a flote por la situación que momentos antes había presenciado. Ahora de pie y con si mismo, pensaba en lo corto que es una sonrisa cuando se logra disimular y en lo cruel de la felicidad cuando se llega a imaginar.
Han pasado minutos y en la parte trasera del taxi él enlazaba sus dedos con los de ella. La pasión febril le sonreía en su cabeza, lo que provocaba que en su boca se dibujara la vanidad que sostiene a menudo el pensamiento de los hombres. Allí estaba ella a su lado y eso era lo que importaba.
Su cabeza reposaba en el pecho del hombre que ahora la acariciaba; por un momento pensaba en la idea que la había llevado hasta esa situación, aquella serie de pensamientos e imágenes que su razón había construido tiempo atrás, y que finalmente parecían haberse acoplado. Creía haber comenzado a querer a la persona que la había colmado de cariño de forma prolija y afectuosa, de quién creía, la había sacado del letargo sentimental; en fin, haber escogido la imagen que ella anhelaba. No obstante la disparidad entre el perfil que había creado y la persona que ahora se encontraba a su lado representaba una duda que incrementaba poco a poco el temor a un futuro erróneo. Se supo una Eloísa distorsionada y engañada por sus propios anhelos. Bruscamente levantó la cabeza y al mirar por la ventana trasera del auto, no pudo alcanzar a reconocer al Abelardo que atrás había dejado. Lejos de los segundos y minutos, ahora tan sólo lentas horas.