27 diciembre, 2011

La familia

No fue sino hasta el final de la historia -relatada en la misma forma como lo hacía su viejo-, que comprendí la risa sarcástica que aquel niño me mostró. Al día de hoy pienso que fue simplemente una forma sutil de demostrarme que ya no creía en los cuentos de hadas.
 
"Eramos una gran familia, aunque en realidad no compartiéramos la misma sangre. Algunos dicen que nuestra codicia nos obnibuló, y por ello no impedimos los errores que a la postre nos llevarían, bueno, donde estamos; pero ya lo murmuraban en las calles: hijo de tigre sale pintado. Por muchas décadas fue padre soltero, y quizá por ello en casa se acostumbraba a hacer caso omiso de los comentarios expresados por los vecinos, que al no tener figura paterna criticaban la forma en como se llevaban los asuntos en casa. Sin embargo las cosas se ponían cada vez más difíciles, el tiempo parecía evidenciar las grietas del pasado que otrora parecían insignificantes. Al final decidimos enviar a nuestro mentor al asilo, pues era lo mejor para todos, aunque todos los días recurrimos a sus consejos para paliar los errores que se cometieron. El señor Capitalismo yace todavía en una vieja silla desvencijada, mientras sus dedos hacen girar el globo terráqueo que le regalamos hace unas cuantas fiestas. Sin embargo, contrario a lo que pensaría cualquiera, no lo abandonamos; gran injusticia sería creerlo, pues cuando todo se solucione todo volverá a nuestro hogar, y de esa manera, estamos seguro que será radiante la sonrisa que muestre cuando vea que sus conocimientos nos siguen impulsando día a día."

19 diciembre, 2011

Matices

  James Horner


Con los ojos cerrados movía su cabeza cual péndulo. La imagen que sucedía a continuación era su favorita. La verjas de su casa proyectaban sombras, mientras que la luz pálida, la del poste a los treinta metros, provocaba que se intercalaran la luz y oscuridad a través de sus párpados. A su derecha el amanecer comenzaba su ligera y suave aparición. Aquel espectáculo duraba menos de un minuto hasta que abría los ojos y tomaba las cinco sombrillas que había hecho días atrás. El sonido de los autos, las motocicletas y los pájaros que despertaban se mezclaban con el ulular de los árboles del parque. No se trataba de una persona especial, de esas que idealizan las historias, simplemente era una mujer en bicicleta con cinco sombrillas a cuestas. Uno a uno dejaba los artefactos que había fabricado, siempre de distintos colores; los iba depositando al azar en lugares cualquiera, pero nunca en sitios repetidos, todo con la esperanza que alguien los recogiera. Regalar sombrillas había sido su pasión desde hace cuatro años. El rodar de su bicicleta le regalaba esa velocidad libertina, caprichosa y fugaz que suele traer consigo el viento que despeina. Junto al pedaleo constante cantaba versos inventados. A veces las lágrimas se congelaban con la velocidad por lo que a su paso iba dejando atrás, pero otras tantas su música llena de paisajes y versos prestados a su imaginación era tan fuerte que amilanaba el sentido fugaz que representa la vida. Mientras rodaba, sus ojos trazaban el mismo camino que en su cabeza iba dibujando. Al detenerse y dejar su última entrega, pensó que aquellos aparatos que había fabricado durante tantos años protejerían a quién lo necesitara. Mirando el reloj supó no solamente que eran las seis y treinta y cinco, sino también que aquel era el mejor lugar y momento para aparcar su bicicleta. Se acostó a los pies del árbol que había crecido con perseverancia en el jardín de su casa y con los ojos fijos hacia el cielo, se percató que los colores se intercalaban con las ramas. Poco a poco el blanco se fue apoderando de todo, hasta que la luz finalmente consumió la última brisa que se dispuso a salir de su ser y con el viento se marchó.

05 diciembre, 2011

Futuros nebulosos


La contemplación del silencio imaginando algunas veces el transcurso de los sucesos que pasan por los ojos siempre ha aportado el misticismo que se requiere para admirar el mar de noche. La vista tuerta que se rinde ante la negrura espesa que solo  alcanza a traer el sonido de la perfección imperfecta. El vaivén de las olas es suficiente para postergar los males hechos cenizas.El infinito de un cielo agujereado por las estrellas que se cuelan delante de los ojos verdes que sirven de compañía. No hay mejor secreto que vislumbrar lo que otras pupilas no alcanzar a ver. El ligero viento que la Luna conjura y no cesa su viaje hasta que logra rozar los pequeños vellos del brazo, la nuca y finiquita su algoritmo de placer detrás de la oreja izquierda. Todo es una excusa, todo es hermoso y nada deja de ser nada cuando la compañía de un par de ojos cada vez más verdes, quitan el velo misteriosos de algo más que el deseo. Queda poco tiempo y la resistencia se doblega ante el altar de arena sobre el que juntos nos posamos. No quedan promesas que no sean vanas, solo estelas sobre nuestras cabezas, y si nos alcanza, tal vez esta efímera caricia se salve del naufragio que impulsa la cruel aurora cuando nos sorprenda frente al infinito recién tomados de la mano. Nunca desee tanto caminar sobre las aguas que me han traído hasta acá. Siempre añoré con ver más allá de niebla  que mueve este amanecer. Nunca quise tanto desconocer la palabra pasado, la misma que me aleja del presente a tu lado.