No fue sino hasta el final de la historia -relatada en la misma forma como lo hacía su viejo-, que comprendí la risa sarcástica que aquel niño me mostró. Al día de hoy pienso que fue simplemente una forma sutil de demostrarme que ya no creía en los cuentos de hadas.
"Eramos una gran familia, aunque en realidad no compartiéramos la misma sangre. Algunos dicen que nuestra codicia nos obnibuló, y por ello no impedimos los errores que a la postre nos llevarían, bueno, donde estamos; pero ya lo murmuraban en las calles: hijo de tigre sale pintado. Por muchas décadas fue padre soltero, y quizá por ello en casa se acostumbraba a hacer caso omiso de los comentarios expresados por los vecinos, que al no tener figura paterna criticaban la forma en como se llevaban los asuntos en casa. Sin embargo las cosas se ponían cada vez más difíciles, el tiempo parecía evidenciar las grietas del pasado que otrora parecían insignificantes. Al final decidimos enviar a nuestro mentor al asilo, pues era lo mejor para todos, aunque todos los días recurrimos a sus consejos para paliar los errores que se cometieron. El señor Capitalismo yace todavía en una vieja silla desvencijada, mientras sus dedos hacen girar el globo terráqueo que le regalamos hace unas cuantas fiestas. Sin embargo, contrario a lo que pensaría cualquiera, no lo abandonamos; gran injusticia sería creerlo, pues cuando todo se solucione todo volverá a nuestro hogar, y de esa manera, estamos seguro que será radiante la sonrisa que muestre cuando vea que sus conocimientos nos siguen impulsando día a día."