Cuando dio inicio el mes de Junio, Antonio calculó que pronto se cumplirían siete años desde que se había mudado de casa y se había propuesto desmentir toda su vida. Durante aquellos años se había dado a la tarea de practicar eficazmente la costumbre de mentir, al punto que su habilidad le había conferido una comodidad que no lo hacía echar de menos los días en que de su boca se articuló verdad alguna. Mentía sobre cualquier hecho, desde su edad que a menudo fluctuaba como su profesión, hasta sobre su nombre. Incluso cuando a menudo lo detenían por la calle para preguntarle algún detalle tan nimio como la hora, solía añadirle un par de minutos a su respuesta. Por otra parte en las ocasiones en que no se le ocurría nada que decir dejaba que su silencio hablara por él, y de esta manera no quebrantaba aquel juramento que se había hecho a si mismo siete años atrás. Aquel peculiar estilo de vida había logrado acoplarse con naturalidad a Antonio, actitud que lejos de traerle periplos, le había generado dichas, por lo que se podría pensar que la balanza de la fortuna y felicidad que inclina las vidas, se inclinaba a su favor sin perjudicar a otra persona.
Lo cierto es que desde que había dejado la tierra que lo vio nacer, las personas que ahora lo frecuentaban poco sabían de su historia; o al menos sabían lo que Antonio quería que supieran, que resultaba casi lo mismo. Fue así como aparejada a la decisión de alejarse del confort natural que llevaba en su país natal, Antonio pensaba que de alguna manera los cambios en sus recuerdos simplemente habían evolucionado en otros que ahora lo hacían más libre y feliz. Pero de ser así ¿Sus mentiras serían exterminadas por una nueva verdad? ¿Sería posible que en su afán de mentir, la sinceridad se abriera paso de manera tan inverosímil e irónica? Sin duda las personas que ahora lo conocían a pesar de su aspecto honorable y respetado, no tendrían asidero alguno para desconfiar de él o al menos de sus ideas alimentadas por contradicciones que enturbiaban el pasado, maquillaban el presente y ataban su futuro ¿Tendrían sentido aquellas preguntas?
Los pensamientos se mezclaban de manera tan frenética, que ni siquiera se percató del hombre que tenía enfrente y le preguntaba su nombre por segunda ocasión. Se trataba del anfitrión del "Blue artist restaurant". -No lo sé- respondió un Antonio al que le sudaban las manos. De repente, fue la sonrisa inquietante que se dibujó en el rostro del anfitrión la que le hizo comprender a Antonio que la respuesta que había pronunciado unos segundos atrás se trataba de una verdad absoluta y contundente.