15 octubre, 2010

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Para aquellos pocos pero más que bien amados lectores que me han honrado con su compañía; me veo en la necesidad de pedir disculpas (y a mi mismo) por no tener las fuerzas para escribir, debido al mal tiempo que se ha posado en mi corazón y que ha marcado de un mal teñido negro a mi familia. Bien es cierto lo que pienso: Quién no sabe de dolor no sabe de la vida, pues este suele ser parte inherente de esta tragicomedia que nos ha de acompañar hasta el final de la partida que habremos de jugar Por ello me distanciaré de las letras un tiempo (esperemos no largo). Más que un adiós, prefiero un hasta pronto, o hasta que los vaya a encontrar una vez más.Sin duda les dejaré mas que un abrazo, pues un los quiero desde el fondo de mis dedos que palpitan suele ser más preciso.

Alejo

05 octubre, 2010

SON LAS MISMAS ESTRELLAS QUE AMANECEN.






Joe Purdy/I love the rain the most


Lejanas parecían las fotografías, el olor a mar cuando se acercaba al pacífico, la sonrisa que dilucidaba viendo en el horizonte el mar, mientras sentía el sol al lado izquierdo del coche calentando su rostro. El viento presuroso lo hacía cerrar un poco los ojos negros clareados por la compañía que le hacía superar los obstáculos del trajín. De repente surgía la risa divertida de su amiga en plena noche nublada, quizá apetecida de licor y frío típico de la temporada que no pasaban inadvertidas entre la cándidez que fluía en aquella sangre; propagándose entre tantas charlas que se ventilaban en la ciudad. El amanecer de los cantos del pájaro, en una terraza, incesante el fuego antes de que comenzara a rumorarse la cotidianidad, justo cuando su vista se perdía en el momento que el cielo corría el velo de la oscuridad para desprender manchas de tinta que se esparcían por el cielo pronto a ser de un azul monocromático que le gustaba jugar a ser tan simple que era perfecto el aire que se dejaba respirar. Las lavanderas se marchaban con besos limpios, las palabras engañaban y los amigos insistían en quedarse al lado de la eternidad, como pretendiendo sustituirla con un te queremos hasta que la vuelta devolviera lo que el tiempo no quiso llevarse, como guardándolo en el abrazo de una bienvenida que se añejaba tras el cristal de un avión.
Ernesto vivía, podía escribir, podía soñar, podía ser voluntario, podía reír, podía visitar a la andaluza de Morón. Hacía cinco años que había volado de su amada América en dirección a Europa. En su antigua gaveta dejó tres pares de medias, un tarro de monedas y su mundo lo empacó en el pecho. Nunca había sentido ninguna extrañeza, amaba esa nueva tierra como si siempre lo hubiera esperado, amaba el mundo sin banderas; y por ello había comprado una botella de vino y viajó a Caspe; y en las afueras de la colegiata de Santa María la Mayor contra todo precepto, recordó por primera vez a tantos que había conocido al otro lado del vasto océano, y así amargamente desahogo tanto arena del reloj recordándo que el corazón duele...

Mi cariño a España, que tiene una hija en Andalucía que solo sabe de amar al amor.