Melancolía de las sirenitas del amanecer, que encallan a los pobres diablos que se tragan su cantar; no me creas más que las mentiras que te convienen, que si te escribo es para que le duela a la verdad. Que por la maldita que me roba el sueño de París, cierro ahora los bares con la andaluza que me acusa de colarme en las sabanas de su corazón. Recuerda que los pendejos con armaduras no suben al balcón de tu ventana, ni te encienden el cigarrillo que ya no quieres fumar. Mata a la razón, esa que te ahoga al corazón. Guarda el abrazo sin par, prende la cerilla de la felicidad, y regálate un diciembre, que todo empieza con un final.
Morena de mi vanidad, que en las tardes canjeas mi ropa por tres besos, un paraíso de calentura y dos sonrisas al contado. No me pidas mi alma que para eso te llevaste el corazón, y recuerda que el placer es enemigo del pensar; que a la cama sin la matemática se va.
Borrones y cuenta viejas, que disfrazadas de nuevas, te esperan a la vuelta de la esquina; aparcan junto a los romeos que seducen con banderas, canciones para llorar, números para sumar, charlas sin acabar, y tus pensamientos si queremos redundar. Porque para actor no nacemos, pero quien no cree en su papel no lo vende, y tú que me guiñas el ojo y yo que te toco la faldita de mariposa, un escote de collar, las ganas de no disimular, un reloj titiritero, la libertad para conquistar y el orgullo para no ceder. Todo pasa, y de a poco los fulanitos me creen el masoquista solitario que le regala arcoiris nocturnos a la porteña que con sus caderas pesca la inspiración, roba la razón y muestra la fatalidad. La que sabe a mate, la que conjura al hablar y me absuelve al pecar. Ella, la rubia de paso ligero que escribía en servilletas y se rasuraba para huir más de prisa. La que tentaba con un tatuaje, y sin lágrimas se despedía, mientras despreciaba a las bocas que hablan pero no saben besar.
Y al final, puede que solo halla un acordeón de recuerdos, un mariachi sin José Alfredo, un sueño sin emoción, un vuelo que se aleja de Morón, un piercing huérfano de besos, una braga nueva, dos condones cerrados y varios litros pendientes para sudar. Pero no te aflijas, que para las musas siempre será de noche y para los poetas de madrugada, que siempre habrá una hija de puta por quién sufrir, así como un bastardo que olvidar.