Una plazoleta efervescente llena de colores, una docena de mujeres, un par de niños y varios hombres concurrían, el hombre de la tienda azul y la que podría ser su mujer se despedían; todo esto observaba Rupertina mientras unas campanadas efusivas -o deprimentes- hacían eco en su cabeza que no hacía otra cosa que repasar las advertencias de su amiga Carlota: Ese tipo, el que escribe muy bonito, y adorna lo que te dice, no es de fiar; la imaginación que dices que tiene, perfectamente le puede servir para ser el mejor mentiroso que haya engendrado...