Más palabras regaladas al viento de Alejo...
Un viento cálido, o quizá uno tan frío que nos razga la piel...la inevitabilidad de apegarse a la realidad que deja escombros en cada minuto que pasa, pues de tanto andar siempre se quedan atrás tanto recuerdos gentiles como nudos en las gargantas del tamaño de manzanas que se vuelven imposibles de tragar; o quizá el deseo de no alienarse de libros que ayudan a imaginar la sorpresa que puede deparar en cada esquina si deseamos con firmeza el ideal de ser sorprendidos en los momentos menos inesperados, tal como quien espera contemplar las estrellas en una noche con lluvia...
Relatar las antinomias que surgen en cada vida, resulta una tarea tan perseverante y profunda como el niño que cuenta las estrellas cada noche, no sin que por ello sea posible detenerse a pensar que quizá la simpleza con que se puede llevar la vida, sería desastrosa sin que se tuviera un nuevo reto ante las narices.
De tal manera que en momentos como esta noche, soy capaz de creer en el escepticismo de la fe; de no buscar lo que no se ha perdido, de pensar que simplemente somo s humanos y que la perfección de nuestros actos es simplemente el reflejo de nuestros deseos; que es inútil esperar una huella de ese caminante invisible que marca el tiempo, con el fin de darle alcance y pedirle que se devuelva un breve espacio o que se detenga y nos permita gozar de un segundo determinado; sino que más que aguardar milagros, es forjar el valor necesario para caer en cuenta que la estructura de nuestros sueños es semejante al de las pirámides, en donde la base estará colmada de derrotas y abarcará el mayor espacio, pero que quizá en su pináculo estará la diferencia entre fracasar y triunfar; claro todo depende del coraje de quien mira hacia arriba y no de quien fije su atención en las arenas que borran cualquier rastro, sino en la constancia de las estrellas.
Un viento cálido, o quizá uno tan frío que nos razga la piel...la inevitabilidad de apegarse a la realidad que deja escombros en cada minuto que pasa, pues de tanto andar siempre se quedan atrás tanto recuerdos gentiles como nudos en las gargantas del tamaño de manzanas que se vuelven imposibles de tragar; o quizá el deseo de no alienarse de libros que ayudan a imaginar la sorpresa que puede deparar en cada esquina si deseamos con firmeza el ideal de ser sorprendidos en los momentos menos inesperados, tal como quien espera contemplar las estrellas en una noche con lluvia...
Relatar las antinomias que surgen en cada vida, resulta una tarea tan perseverante y profunda como el niño que cuenta las estrellas cada noche, no sin que por ello sea posible detenerse a pensar que quizá la simpleza con que se puede llevar la vida, sería desastrosa sin que se tuviera un nuevo reto ante las narices.
De tal manera que en momentos como esta noche, soy capaz de creer en el escepticismo de la fe; de no buscar lo que no se ha perdido, de pensar que simplemente somo s humanos y que la perfección de nuestros actos es simplemente el reflejo de nuestros deseos; que es inútil esperar una huella de ese caminante invisible que marca el tiempo, con el fin de darle alcance y pedirle que se devuelva un breve espacio o que se detenga y nos permita gozar de un segundo determinado; sino que más que aguardar milagros, es forjar el valor necesario para caer en cuenta que la estructura de nuestros sueños es semejante al de las pirámides, en donde la base estará colmada de derrotas y abarcará el mayor espacio, pero que quizá en su pináculo estará la diferencia entre fracasar y triunfar; claro todo depende del coraje de quien mira hacia arriba y no de quien fije su atención en las arenas que borran cualquier rastro, sino en la constancia de las estrellas.
