El por qué de las cosas, de la vida y de las horas; ya saben, preguntas normales que en algún momento se formulan todos los seres humanos. En esos ámbitos existenciales me encontraba mientras mi gata hurgaba entre mis regazos buscando una especie de nido. La necesidad de acudir al baño a orinar hizo que todos aquellos pensamientos se comenzaran a diluir junto al humo de mi cigarrillo. Conforme caminaba hacia el cuarto de baño, dejé de sentir el peso de mi cuerpo, como si fuera otra persona. No era yo y sin embargo, ¿quién más podía ser? Mis pensamientos existenciales resurgieron y fueron ellos quienes me hicieron dudar de aquel presente, habían tomado una cierta forma corpórea que era ajena al resto de mi cuerpo. Era evidente que estaba caminando aunque mi cuerpo estuviera enajenado de mi mente, pero el absurdo se iba abriendo paso delante de mis ojos; el baño dejó de ser una necesidad al cual acudir, ya no sentía ganas de nada y sólo escuchaba -de alguna manera- a mi gata caminar por la humedad que se encontraba a mis pies, o a los pies de aquella que creía era yo. No sentía nada, ni la muerte de mi madre hacía unas horas antes, ni el hecho que me hubiesen despedido de mi trabajo, nada parecía acoplarse a aquel presente más que las ideas sobre mi propia mortalidad y el sentimentalismo absurdo de encontrarle explicación a las cosas que me sucedían; y sin embargo continuaba arrastrándome hacia ese mundo invisible que se reflejaba en mi cabeza. Me debía a otra cosa, a algo que sabía no me daría respuestas y que sin embargo me producía una sed angustiante de preguntas. Estaba convencida que estaba sonriendo mientras observaba como el cigarrillo había comenzado a propagar el fuego por la alfombra cuando mi vista fue acercándose a la puerta que permanecía abierta, salí de mi casa animada por liberarme de una vida esperando no ser consumida por la aflicción de las preguntas en mi cabeza. Nunca más volví a escuchar noticias sobre aquella que fui.