20 septiembre, 2013

Ocaso

Silencio era lo que se derramaba lentamente por las paredes del apartamento, sombras que invadían cada rincón de aquel lugar hasta dejarlo todo en calma. El ruido se hallaba hipnotizado por la imagen de la luz que se diluía de a poco hasta que la oscuridad tocó los pies descalzos de Victoria. Poco a poco la oscuridad acariciaba con mimo sus pies, muslos, vientre y las manos que sostenían su mentón. Un mundo de silencio que no acababa de alcanzar el pensamiento. Victoria desnuda y sentada junto a la cama. Victoria de pie y riendo mientras sostenía un vaso con ron y Coca Cola. Victoria, quien sentía el compás del inhalar y exhalar en su nuca, mientras soñaba despierta con la distancia. Victoria, sentada en el suelo, posando para el silencio, y entregada a los fragmentos de muchos pasados distintos. Ella eran muchas, siempre a través de los ojos de otros; incluso de ella misma frente al espejo cada mañana. El pensamiento primigenio de un sentimiento que creía haber aniquilado por tratar de suplantarlo por otro lánguido y estable, llenaba su cabeza como un relámpago que la aturdía en medio de aquel silencio insoportable. ¡Qué fugaz la vida, y qué eternas son las muertes! Victoria, Victoria, Victoria! Escuchó que la llamaban. Ella poniéndose de pie y arrastrando sus pies se dirigió al cuarto contiguo con una sonrisa propia de esa Victoria. La oscuridad se apropió de las horas, y en silencio la noche venció a la luz del porvenir, sepultado ya por el pasado.