25 febrero, 2013

El carácter de la lucidez


La primera muerte ya había ocurrido, el orden se había alterado. A sus 37 años había tenido que soportar el peso de cargar con la muerte de todos aquellos que la conocían, era la última barrera que se interponía entre el olvido inclemente del tiempo y su propia historia, su vida. Durante el transcurso de sus días, había tomado decisiones equivocadas, haberse guardado palabras que se acumulaban en su memoria y nunca encontraron a tiempo los oídos de su madre mientras esta con ojos fijos y tomada de su mano dejaba la vida a merced de la muerte, del nudo en la garganta al no considerarse capaz de consolar al amigo,  haber escogido a tardíamente entre el amor de su vida y el miedo que muchos llamaron seguridad -siempre el tiempo como un incansable necio a largo plazo regresa para atormentar con recuerdos de lo que pudo haber sido-. El desierto de la vida se volvía a ensanchar ante su vista fija en las puertas de su ciudad. Como resultado de los acontecimientos, hacía tiempo que había tomado por canon que la vida no era un paraíso, en su totalidad no era mala, sino indiferente, lo que podía resultar incluso agónico; giraba continuamente sin detenerse en las viscisitudes de cada quien. El amor por todos aquellos que tocaron su vida, siempre fue la pequeña ventana que recibio de forma espléndida los pequeños detalles que dieron sentido a todo, o al menos la forma en como se inclinó la balanza entre lo desdichado y aquello que valía la pena, no en cantidad sino en calidad. Ahora como custodia de su propia vida, cayó en cuenta de la bifurcación de caminos que se le presentaban; languidecer con la historia olvidada o sujetarse a la última vida que le quedaba, la que se evidenciaba en la respiración que inflaba su pecho, como si esperase la oportunidad para salir con coraje -el mismo que forma carácter- a enfrentarse a si misma. Empujó las puertas del infierno y echó a andar, con nada más que la experiencia que cargaba a cuestas, con la dificultuosa tarea de vivir consigo misma hasta que su segunda muerte la encontrara finalmente, de pie y decidida a no ser un cuerpo más que cae en el olvido de las arenas de la vida. Su historia sería la búsqueda de su propia vida y al intentar conseguirlo, la inmortalidad de los titanes que guardan los sueños de la humanidad la encontraría al final de todas las eras descansando en el Elíseo de las pequeñas y más valiosas cosas que guarda celosamente el infinito intermedio de la vida y la muerte.

19 febrero, 2013

El catalizador de la muerte


Caminaba a toda prisa, como se huye de la propia sombra, como si pretendiera huir de sus pensamientos; el murmullo de las hojas de los árboles que bordeaban el camino tomaba la forma de todos los reproches que giraban en su cabeza, los errores, el futuro empeñado, el amor y la muerte, la invariabilidad de la vida y ahora sólo le quedaba la angustia de cada paso, el roce de la esperanza y la crueldad anunciada  <<Esta vez sí...>> se repetía.
Atrás había quedado su papel de cuervo, de portador de noticias cuyo decadente vuelo hallaba su razón de ser en la hora que el día todavía no ha muerto y que la noche todavía no ha nacido, la hora de la incertidumbre en que la luz se escabulle para empezar a darle paso a la oscuridad que ahora envolvía a ese heraldo que contemplaba como se empequeñecía con la distancia aquella mujer que corría con desespero, como un animal atormentado por sus miedos. Todo iba reduciéndose al silencio que se acrecentaba como el espacio que los separaría para siempre a ella de él. Mi condena está finalizada,su muerte apenas empieza, todo es final, pensó.
Sentado en dirección al lugar en que la Luna solía iniciar su ascenso como astro que había observado con paciencia el desarrollo de los hechos, como siempre lo había hecho durante todo aquel drama de circunstancias, cauta y sin prejuicios, girando sobre si misma como si fuera recordatorio del tiempo, de las estaciones, del inicio y del fin de las etapas que acontecieron en la vida de aquel hombre que sin moverse se había percatado que la desgracia una vez más lo había encontrado, siendo posiblemente esta, la cicuta del último reducto de esperanza que todavía respiraba bajo aquellos ojos teñidos de oscuridad. - La tempestad de mi vida nunca se acalló hasta los sucesos que me hicieron caer en esta cortina de humo, ahora cerca del fin esta espesa niebla que me aquejó, ha desaparecido y puedo recordar la historia de mi decadencia, la desdicha de mi vida. ¡Maldita sea la lucidez que regresa al final sólo para perturbar la apacible dicha de mi ignorancia!- dijo con voz queda, para luego volver a a repetir como solía hacerlo <<Esta vez sí, esta vez sí...>> 
La noche tomó forma, la Luna ya no era Luna, era una sombra de lo que había sido; el ciclo iniciaba una vez más, y las historias se consumían en la espesura de las sombras que proyectaban los resquicios del amor y la muerte, de la invariabilidad de la vida, de la crueldad del ciclo inminente <<Esta vez sí, esta vez sí...>> murmuraban otras historias <<Esta vez sí...>> imploraba con agónica voz la esperanza. El cuervo finalmente había levantado vuelo harto de su maldita labor, ella estaba cerca como siempre <<Esta vez sí, esta vez sí...>>, él en su desespero inmutable sería consumido por la muerte del amor; <<Esta vez sí>> terminó por exhalar.

10 febrero, 2013

Prólogos de la nada


Al construir un prólogo, nos debemos más que la posible historia final, 
algo como el sibilino placer de la experiencia en si misma...

Bajo el estribillo que inventa el artista, se esconden la verdaderas historias, las que no tienen nombres, las anónimas y que posteriormente pasarán a formar parte del largo historial de tragedias que persisten en la ideario de las personas ordinarias. El artista distorsiona, manipula, y con el egoísmo del que no debe desprenderse, simplemente retoca la versión que le han proporcionado, la dota de su esencia, de sus complejos y virtudes; de esta manera, para cuando ha iniciado la labor constructora de su obra -a base de algo tan ajeno y propio como esas Ideas-  ya se ha gestionado una transferencia de pasiones. Aquel artista ha sido absorbido por su obra, y esta última no puede librarse de su creador pues le necesita para ser finalizada. 
Parasitismo creativo, fue el nombre con que denominó aquel proceso el protagonista que inició su autodestrucción trascendental al convertir en historias todo lo experimentado, tanto personalmente como de forma ajena... Despojarse de si mismo era todo lo que necesitaba, matar su yo para ser ajeno a todo lo que haría y así alcanzar la cumbre de todo lo que alguna vez soñó.