24 octubre, 2012

Del silencio


Lenta y silenciosamente caminaban por medio de la calle, como si de una pegrinación desconocida se tratara; a paso lento andaba la pareja provista de necesidad, tratando de mitigar con cada paso las circunstancias que los habían llevado a ese momento. No existía ninguna prueba que constatase su amor o su cariño, ni siquiera un poco de amistad; necesidad era todo lo que resaltaba en aquellos ojos que habían decidido ocultarse en la madrugada, lejos de la lástima o el oprobio que suelen manifestar los vecinos durante el día al contemplar escenas como la que estaba presenciando en aquel instante. Él remolcaba un carretón cubierto por una vieja manta. Ella, con la paciencia que da la hora, abría las bolsas de basura que iba encontrando en el trayecto. Por momentos su compañero detenía el carretón en medio de la calle vacía para realizar la misma tarea que ella pero en la acera contraria. Al no encontrar nada útil, volvían a cerrar las bolsas con la misma dignidad con que las habían abierto y así retomaban el curso hacia un lugar que yo desconocía. El enigma que se ocultaba bajo aquella frazada se asemejaba a la curiosidad de saber que pensaban aquellas personas tan silenciosas como las dos de la mañana. Quizá la manta protegía el sustento de un mejor mañana, uno tan distinto, ajeno e inverosímil como el que se depositaba en aquellas bolsas de basura. Al verlos en la distancia, note como caminaban abrazados; tal vez aquel gesto también servía para cumplir un cometido como el de la cobija, resguardar el frágil calor humano, de la desesperanza con que la realidad suele acometer.