Abriéndose surcos a través de sus ideas, emergía acaso la necesidad o necedad de hacerse notar de una manera singular y que sin duda le había proporcionado algunas ganancias. No era un tipo demasiado intelectual aunque sí carismático pero al mismo tiempo guardaba celosamente su egoísmo acaparador. Alguna vez se le escuchó decir a alguien que aquel joven poseía la ambición necesaria para hurtar al mundo, sin embargo carecía de la capacidad esencial para que el mundo permaneciera con él luego de que hubiese terminado la escena de pinta teatral, que por un breve o largo momento había representado para determinado público, rumor que él terminaba por restarle importancia alguna. Al igual que un mal libro o un mal episodio sexual, la parafernalia desplegada -como el mismo la nombraba en la intimidad que el espejo le brindaba - era desproporcional con la retentiva que lograba en la cabeza de las personas. Llámese ironía o como estime pertinente el lector, el joven descrito en cuestión -según las voces del pasado de sus ex-amantes- era un fiasco a la hora de satisfacer los placeres carnales de los cuales la humanidad viene realizando, en su mayoría con el simple fin de encontrar placer -y no necesariamente reproducirse robóticamente como algunos todavía creen (vaya a saber como se reproducen los robots)- desde hace algunos miles de años.
Pese a lo anterior, quien lee no debe sentir algún tipo de lástima por aquel joven, o cuando menos, no evidenciarla para no maltratar el ego del personaje del que aquí se hace alusión; la razón de ello radica en que la persona descrita, es un ladrón de amigos; una especie de ser vivo que haciendo gala de ser algún bicho mitológico de la era moderna, devora sin piedad la necesidad del ser humano de socializar, por lo que cualquier aglomeración de personas resulta un ambiente propicio para su desarrollo. ¿A su paso? una estela con tintes de incapacidad comunicativa...