29 agosto, 2012

Imaginación descriptiva II


Abriéndose surcos a través de sus ideas, emergía acaso la necesidad o necedad de hacerse notar de una manera singular y que sin duda le había proporcionado algunas ganancias. No era un tipo demasiado intelectual aunque sí carismático pero al mismo tiempo guardaba celosamente su egoísmo acaparador. Alguna vez se le escuchó decir a alguien que aquel joven poseía la ambición necesaria para hurtar al mundo, sin embargo carecía de la capacidad esencial para que el mundo permaneciera con él luego de que hubiese terminado la escena de pinta teatral, que por un breve o largo momento había representado para determinado público, rumor que él terminaba por restarle importancia alguna. Al igual que un mal libro o un mal episodio sexual, la parafernalia desplegada -como el mismo la nombraba en la intimidad que el espejo le brindaba - era desproporcional con la retentiva que lograba en la cabeza de las personas. Llámese ironía o como estime pertinente el lector, el joven descrito en cuestión -según las voces del pasado de sus ex-amantes- era un fiasco a la hora de satisfacer los placeres carnales de los cuales la humanidad viene realizando, en su mayoría con el simple fin de encontrar placer -y no necesariamente reproducirse robóticamente como algunos todavía creen (vaya a saber como se reproducen los robots)- desde hace algunos miles de años. 
Pese a lo anterior, quien lee no debe sentir algún tipo de lástima por aquel joven, o cuando menos, no evidenciarla para no maltratar el ego del personaje del que aquí se hace alusión; la razón de ello radica en que la persona descrita, es un ladrón de amigos; una especie de ser vivo que haciendo gala de ser algún bicho mitológico de la era moderna, devora sin piedad la necesidad del ser humano de socializar, por lo que cualquier aglomeración de personas resulta un ambiente propicio para su desarrollo. ¿A su paso? una estela con tintes de incapacidad comunicativa...

14 agosto, 2012

08 agosto, 2012

Imaginación descriptiva

Con mirada fija sobre el gato que se postra al lado de la ventana para recibir los rayos de luz que despuntan al amanecer. Parece un gato reptil, tiene sangre fría, como yo. Quizá yo también debiera apostarme al Sol. Prende el segundo cigarrillo del día, son las seis de la mañana, todavía en ayunas y el gato continua inmóvil y con los ojos cerrados aunque despierto, atento a los sonidos que se filtran desde el exterior. Es marrón, marrón oscuro el color de la silla sobre la que él reposa. Ya se cuentan dos días en los que no sale del cuarto, come pero no duerme, orina y defeca en el baño que añadió hace cinco meses al cuarto en el que permanece. El olor que desprenden las páginas que conforman los libros y folletines, alcanza a llenar toda la estancia; es lo nuevo y lo viejo, el inicio y el roce de la muerte, son tantas vidas atrincheradas en historias hechas papel y libertad. El gato se mueve, contempla a su amigo sentado y ambos se miran. Uno tiene paciencia mientras el otro desespera ante aquel apacible instante. El felino se estira y se lanza al suelo, con movimientos elegantes camina al frente del hombre y le muestra una sonrisa. El desespero se acerca casi de forma inexorable al hombre; no disfruta de la imagen que representa ahora la vida en ese mismo instante. El gato toma finalmente el lápiz y comienza a retratarlo. El viento sopla a través de la ventana y de un momento a otro todo se convierte en imaginación.

02 agosto, 2012

Alteración

Mirada curiosa. Ávida de descubrir secretos o minucias que otros no podían o simplemente no les interesaba observar. Primer parpadeo. Una historia inventada sobre el niño que entabla conversación con su vecino mientras esperan el autobús. Cuarto parpadeo. La mujer de azul  y tacones altos cruza corriendo la calle; pasa al frente suyo con prisa pero nota que el broche pegado al lado derecho de su camisa responde al nombre de Mirna. Quizá sus padres se arrepintieron de haberla inscrito con ese nombre o se le olvidó quitarle aquella placa de metal al uniforme que le presto la verdadera Mirna: ella no tenía nombre. Él era un psicópata, no; debía ser un pobre diablo que no le gusta viajar en transporte público y se limita a observar de manera extraña a los demás. Al menos eso pensaba la mujer que lo miraba de una manera semejante a como él observaba a los demás. Ambos pares se encontraron. El la notó. Ella ya le había inventado dos vidas. Dos pares de ojos idénticos se retaron en silencio. Se inventaron historias, se batieron a duelo y cada uno se dio por vencedor de su propio relato. Quinto parpadeo del día siguiente. Su mirada se ha vuelto impaciente. Todo es brevedad.