Música de Pedro Ferrer (continua en el primer comentario)
No quiere soñar despierta, ella que cobra por lo mucho que regala. Quizá repetida e innombrable consigo misma, pero tierna y grácil para con la injusta mala palabra. Tiene piernas largas y aguarda paciente sobre la calle, entre esquinas infinitas y peatones ausentes. Ella se distingue con su vestido de gala; el lila amanecido abraza a la noche mientras el frío no alcanza a congelar lo que esconde en sus caderas. Invita a los amantes a pagar por quitarle cada mañana la ropa del ayer. Carga en su bolso el beso de la infancia, el corazón con lluvia y un Quijote de páginas arrugadas.
No quiere soñar despierta, ella que cobra por lo mucho que regala. Quizá repetida e innombrable consigo misma, pero tierna y grácil para con la injusta mala palabra. Tiene piernas largas y aguarda paciente sobre la calle, entre esquinas infinitas y peatones ausentes. Ella se distingue con su vestido de gala; el lila amanecido abraza a la noche mientras el frío no alcanza a congelar lo que esconde en sus caderas. Invita a los amantes a pagar por quitarle cada mañana la ropa del ayer. Carga en su bolso el beso de la infancia, el corazón con lluvia y un Quijote de páginas arrugadas.
La clandestinidad le cobija y siempre se arropa luego del placer ajeno. Se pinta el amor de forma elegante con su ya consumido labial. Siempre camina lentamente y con comisura traviesa roza ilusiones que pastan en veranos faltos de calor; ella de belleza inacabada.
Hablamos de la banquera de caricias y lágrima dura, que por nosotros hoy encarcela el prejuicio de sus deseos tras el negro de sus ojos y el amargo de su sexo. El polen crece en su piel sin la necesidad del Sol: oculto de la tristeza que corre por sus venas y que antes del despertar se apaga, como recluyendose de los curiosos sentimientos que quedan en la garganta y amenazan con despuntar al alba; ajenos a los ojos de golondrina y primavera que la esperan en casa.
Hablamos de la banquera de caricias y lágrima dura, que por nosotros hoy encarcela el prejuicio de sus deseos tras el negro de sus ojos y el amargo de su sexo. El polen crece en su piel sin la necesidad del Sol: oculto de la tristeza que corre por sus venas y que antes del despertar se apaga, como recluyendose de los curiosos sentimientos que quedan en la garganta y amenazan con despuntar al alba; ajenos a los ojos de golondrina y primavera que la esperan en casa.