Una plazoleta efervescente llena de colores, una docena de mujeres, un par de niños y varios hombres concurrían, el hombre de la tienda azul y la que podría ser su mujer se despedían; todo esto observaba Rupertina mientras unas campanadas efusivas -o deprimentes- hacían eco en su cabeza que no hacía otra cosa que repasar las advertencias de su amiga Carlota: Ese tipo, el que escribe muy bonito, y adorna lo que te dice, no es de fiar; la imaginación que dices que tiene, perfectamente le puede servir para ser el mejor mentiroso que haya engendrado la humanidad. Y ahora en ese preciso momento nuestra querida Rupertina se hallaba frente a frente con aquel supuesto engendro de marcado romanticismo -o de sobradas falacias- el joven Cloriberto. Sin embargo, la idea de un futuro con aquel hombre la tentaba, necesitaba matar esa idea para mantenerse a salvo, para no mostrar todas sus fichas y quedar expuesta a una jugarreta de Cloriberto; por eso, luego de pensarlo 5 veces, disparó la pregunta que iba encaminada a tomar a su pretendiente fuera de base:
- Muy bonito todo, pero decime: ¿como sé que esto no es más que un jueguito,una hablada, una gran y gorda mentira para sumar una estadística a tu haber de conquistas?. El nerviosismo se coló en las últimas palabras que pronunció, justo cuando el temblor de sus manos trataba de disimularse en las caricias a su cabello.
- ¿Acaso la conquista no es un juego?- Y dicho lo anterior, Cloriberto advirtió de lo mal que había sonado aquello, e inmediatamente agregó - Aquí el único problema es que pareciera que desconfias de mi; mientras yo, cada vez creo parecerme más a un bobalicón torpe cuando estoy con vos.
Rupertina no lo miraba, no sabía si estaba a punto de cagarla, pero todas sus experiencias, pensaba, la habían empujado al camino de la desconfianza absoluta, donde nada es lo que parece, y que este mundo está más fregado de lo que uno piensa. Pero por otro lado, siempre estaba en un rincón ese aparato que iluminaba sus días: la esperanza.
- ¡Ay Cloriberto! o sos el hombre perfecto, o el mentiroso más grande- Y para sus adentros pensó que de cualquiera de las dos formas, le fascinaba ese hombre; el problema era que una opción le terminaría doliendo más que la otra.
Al llegar a la estación, ambos sabían que era el momento de despedirse; Rupertina sintió que Cloriberto la besaba eternamente al lado de sus labios mientras ella solo atinaba a quedarse de piedra. Horas más tarde, de camino a su casa, sus dudas se disiparon, y la embargó el desamparo: aquel gesto mínimo que rozó la comisura de su boca, aquel beso de despedida... - ¡Maldito círculo vicioso!. Alcanzó a susurrar, mientras el paisaje pasaba veloz ante sus ojos.
- Muy bonito todo, pero decime: ¿como sé que esto no es más que un jueguito,una hablada, una gran y gorda mentira para sumar una estadística a tu haber de conquistas?. El nerviosismo se coló en las últimas palabras que pronunció, justo cuando el temblor de sus manos trataba de disimularse en las caricias a su cabello.
- ¿Acaso la conquista no es un juego?- Y dicho lo anterior, Cloriberto advirtió de lo mal que había sonado aquello, e inmediatamente agregó - Aquí el único problema es que pareciera que desconfias de mi; mientras yo, cada vez creo parecerme más a un bobalicón torpe cuando estoy con vos.
Rupertina no lo miraba, no sabía si estaba a punto de cagarla, pero todas sus experiencias, pensaba, la habían empujado al camino de la desconfianza absoluta, donde nada es lo que parece, y que este mundo está más fregado de lo que uno piensa. Pero por otro lado, siempre estaba en un rincón ese aparato que iluminaba sus días: la esperanza.
- ¡Ay Cloriberto! o sos el hombre perfecto, o el mentiroso más grande- Y para sus adentros pensó que de cualquiera de las dos formas, le fascinaba ese hombre; el problema era que una opción le terminaría doliendo más que la otra.
Al llegar a la estación, ambos sabían que era el momento de despedirse; Rupertina sintió que Cloriberto la besaba eternamente al lado de sus labios mientras ella solo atinaba a quedarse de piedra. Horas más tarde, de camino a su casa, sus dudas se disiparon, y la embargó el desamparo: aquel gesto mínimo que rozó la comisura de su boca, aquel beso de despedida... - ¡Maldito círculo vicioso!. Alcanzó a susurrar, mientras el paisaje pasaba veloz ante sus ojos.